Eventos y preguntas sin respuesta (racional)
El sonido del móvil sonaba insistentemente. Intuyendo la pregunta en sus caras, les dijo sin quitar las manos del volante y los ojos de la carretera: “No lo voy a coger, vuestra seguridad es más importante que cualquier llamada”.
Menos de tres segundos después de haber terminado la frase, dos coches cruzaban a su lado a gran velocidad afrontando en suelo mojado esa doble curva en forma de “s” que ellos estaban terminando de trazar. El segundo de los coches, no se por qué intuyo que el del conductor más inconsciente de los dos, perdía el control de su mercedes invadiendo en una sonora derrapada el carril contrario en el mismo momento en que con un rápido volantazo era evitado por aquellos que yendo cómoda y tranquilamente por su carril eran todavía solicitados telefónicamente.
Apenas unos instantes después una serie de preguntas pasaban por la cabeza. “¿Qué habría ocurrido de estar en esa curva sólo un segundo más tarde? ¿Y si no hubiese llevado las dos manos en el volante o los dos ojos en la carretera?”.
Sabía, su trabajo en emergencias y catástrofes se había encargado de recordárselo múltiples veces, que la vida es efímera, que hay que disfrutar cada instante, que esa pregunta a veces utilizada en ciertos cursos “¿Qué harías si supieras que este es el último día de tu vida?” podía hacerse real en cualquier momento.
Pero otra reflexión inundaba todavía con más intensidad a su mente. Hacía tan sólo unas horas una de sus almas gemelas en esta vida le había estado contando lo que a ella le había pasado. Como en mitad de sus vacaciones, haciendo un trekking, había tenido una caída que para todos sus compañeros de viaje en los segundos eternos que duró parecía con total seguridad el final de su vida. Para su todavía mayor alivio que incredulidad ella se levantó del fondo del precipicio con apenas unos rasguños y el gemelo roto. “Durante la caída -le había contado- sentí como una voz me decía `no luches, déjate ir, no temas, todo va a salir bien´y yo, mientras todo daba vueltas a mi alrededor en cámara lenta, solo le hacía caso a esa voz que había surgido de no se donde”.
Esos dos episodios construían una serie de preguntas que se agolpaban en su mente sin siquiera darle tiempo a elaborar ninguna respuesta coherente:
¿Hay alguien o algo que cuida de nosotros hasta que es nuestro momento?
¿Es casualidad la muerte o nos vamos de aquí en el momento preciso?
¿Será la vida fruto de la simple casualidad, evolución e incertidumbre, o tenemos una misión que desarrollar y mientras no la hayamos realizado (o abandonado) tenemos que permanecer en este plano más allá de lo duras o fáciles que sean nuestras circunstancias?
Sin duda su intelecto no tenía la capacidad para responderlas de una manera creíble, pero algo dentro de él, muy lejos de ser razonado, le decía que si se había construido esas preguntas era porque ya en su interior existía la respuesta a ellas. Y una sonrisa de complicidad y agradecimiento hacia el Universo se dibujo en sus labios.
Dedicado con cariño y agradecimiento a ese ser tan especial con el que tengo la suerte de compartir camino en esta vida mientras que los extraños eventos y casualidades se empeñan en hacer más pequeña la distancia física que nos separa.
Hace un par de meses estaba dándome un baño en una playa un poco peligrosa. El oleaje era fuerte, pero quizás pequé un poco de ingenua o atrevida y una amiga y yo nos metimos a pesar de que en el agua sólo habían surferos…
En un momento dado, una ola arremetió contra mí sin darme tiempo a reaccionar. Recuerdo esa misma sensación que te relató la persona que se cayó por ese precipicio. Todo empezó a ir como a cámara lenta, sólo podía escuchar el sonido del agua enfurecida que me golpeaba en todas direcciones arrastrándome hacia el fondo. Y precisamente esa voz interior se hizo clara y rotunda en mi mente. El mensaje fue ese mismo: “no luches, déjate llevar, confía”
Así lo hice. No me esforcé por salir a la superficie, dejé mi cuerpo totalmente a la deriva. Lo siguiente que recuerdo es la voz de mi amiga que me buscaba a todo grito. Saqué la cabeza por encima del agua ante su expresión de alivio. Esa tarde volví a casa más reflexiva que nunca y también me hice alguna de esas preguntas que empiezan por “Y si…” Pero rápido comprendí. Ahora, ante alguna dificultad siempre me respondo: “tranquila, confía”
Hace tiempo que no entiendo de casualidades. Para mí, todo ocurre por algo, para algo.
Y son precisamente, todos esos instantes de incertidumbre, miedo o desesperación que parecen eternos, los que me enseñan lo que la vida espera de mí… Es esa mi misión, encontrarle el Sentido a la misma. Y conforme voy lográndolo, mi corazón me muestra cada vez con más calma, que con Amor, vuelvo a tomar el camino que me lleva a la Vida.
A mi madre un día le diagnosticaron cáncer. A la semana siguiente a mí. Mi sensacion en ese momento no fue como la de una muerte inminente. Solo pense en mis dos hijos. Y no tuve miedo por mi, sino por ellos y por mi madre.
Después de terminar radioterapia asistí a las Jornadas de Intervención en Crisis, a la charla de Antonio. Y desde el primer momento mis ojos se abrían y abrían, y mi corazón me decía lo que sentía, y….. sabía que no estaba en este mundo sin una causa o razón, que todo tiene un sentido, que estoy para ser feliz y hacer feliz a muchas personas. Mi vida cambió rotundamente. Experimenté y viví lo que no había hecho antes. Mi corazón no me dejaba ver que en mi vida de pareja existía un abuso emocional durante muchos años que me hizo no ser yo. Y empecé a vivir. Vivir. Cada minuto. Ahora más que nunca, mejor que nunca. Con más fuerza. Pasado un año de una decisión acertadísima sigo estando en este mundo por miles de razones, y las voy a cumplir y Vivir. Porque el minuto siguiente de tu vida no sabes si estarás aquí. Pero estoy convencida de que me iré a la Paz cuando acabe de terminar mi función en este teatro de la Vida.
Hace mucho que no disfrutaba de leeros y hoy, antes de comenzar el trabajo he decidido regalarme tiempo para disfrutaros. Tras la lectura de lo escrito por ti, por Nakrama, Loose y Mariposa Monarca, se me ha anudado la emoción a la garganta y, siento que necesito llorar y reflexionar para destensar ese nudo.
Recuerdo historias de vida como las que habéis relatado, algunas, como nos sucede a todas, vividas en primera persona, la mayoría, compartida por otras… y lo primero que se me viene a la cabeza, son los que yo llamo (lo mismo así tambíén los llaman otros) “instantes de pura consciencia de vida” que nos inundan justo después de redescubrir que estamos vivos, justo después de haber sentido que la vida se nos habría podido escapar de las manos en cuestión de segundos.
Respeto y, de hecho creo, que la vida no finaliza con ésta, pero no deja de ser una creencia o, quizá un deseo, y, teniendo en cuenta, que yo no recuerdo la anterior y que probablemente en la próxima no recuerde ésta,no pienso quedarme con las ganas de vivir mi vida ahora como si fuese única, sin conformarme con que en la próxima quizá disfrute de lo que no pueda ahora. Creo que estos “instantes de pura consciencia de vida” que nos llegan de formas brutales no son casuales,son necesarios. Nos llegan fruto de una experiencia que racionalmente es fácil de asociar con la pérdida de lo más importante, nuestra vida y, teniendo en cuenta lo tozudos que somos a veces los seres humanos…, no podría llegarnos de otro modo, porque probablemente de no ser así nos costaría sentir que la vida, cómo bien dices, es efímera y, en cualquier instante, se nos puede escapar entre los dedos si no aprendemos a valorarla, a cuidarnos y a cuidar a las personas con las que la compartimos.
Con vuestras historias acabáis de regalarme un “instante de pura consciencia de vida” que, afortunadamente, por circunsctancias vitales están muy presentes en mi vida estos últimos meses. Gracias a ellos, vivo cada instante y me hacen recordar que debo cuidarme y cuidar a los demás y, de un modo especial, a aquellas personas que me acompañan y con las que quiero compartir mi camino para que como puede suceder con la vida, no desaparezcan ante mis propios ojos sin “darme cuenta”.
Estas reflexiones de cuidarme físicamente (evitando el tábaco, los excesos de alcohol, comida, utilizando el cinturón de seguridad, el casco,haciendo ejercicio diario…)y emocionalmente (pasar tiempo con las personas que quiero, mimarme, perdonarme, luchar por mis ilusiones, alejarme de los que no me respetan…)me hacen recordar que es importante que conozcamos nuestras propias necesidades para poder autosatisfacerlas o unirnos a personas que, sin necesidad de exigirles, puedan aportarnos.
En mi terraza tengo unos cuantos maceteros llenos de vida, plantas de distintas especias y todas, absolutamente todas, con necesidades diferentes, así que en función de lo que me ha contado la floristera que me las ha vendido, en función de como demandan sus necesidades cambiando el color de sus hojas, poniéndose lánguidas y “tristes”…, yo les presto como mejor sé, las atenciones que “creo” que cada una necesita teniendo en cuenta sus diferencias y que no siempre, aún con la mejor intención, acierto. Así que, como a las plantas (siendo conscientes de las muchas diferencias que tienen con las personas)intento escuchar a los que quiero y darles, mientras fluya, lo que “creo” que necesitan para aportarles y respetarles. Pero durante estos últimos meses en los que soy más consciente de mí, también me siento única, con necesidades diferentes que autosatisfago y, como ser social, me gusta satisfacer con los demás. Así que sin exigir, en mis relaciones con otras personas, observo y siento si les apetece o son capaces de entenderme, de respetarme, de dedicarme o compartir parte de su vida conmigo, de escucharme,de valorarme,… y como la vida que conozco es ésta y la adoro profundamente, voy acercándome o alejándome (ésta última más difícil)en función de lo que siento o de lo que me dicta esa “vocecilla”, esa intuición a la que no siempre quiero escuchar. Además, siguiendo a John Demartini, voy eliminando e intentando no construir esas falsas expectativas que creamos sobre los demás y que por no ser ciertas, nos hacen exigir o sentirnos defraudados.
Así que, aunque creo que me he enrrollado “un poquito”, de nuevo, gracias a los cuatro, porque con vuestras historias me habéis recordado que la vida es maravillosa y cada ser humano, tan único y especial como parecido al que tiene a su lado.