Efectos de la sobreprotección infantil
Todos los padres sabemos lo que supone tener un hijo. Es sin ninguna duda la experiencia más mágica que tendremos en nuestra vida, pero también la que supone una mayor responsabilidad, como ya hemos dicho otras veces. Desde el primer momento en que una madre ve a su bebé, e incluso antes, éste se convierte en la persona más amada y se crea entre ellos el mayor vínculo que se puede dar entre dos seres. Pero también, como consecuencia de este amor aparecen una serie de miedos, que son normales y que todos los padres tenemos. Nos preocupa que nuestros hijos puedan sufrir física o emocionalmente, porque el dolor de nuestros hijos es ya nuestro dolor.
En este contexto es fácil entender, que algunas veces, este cuidado que debemos dar a nuestros hijos pueda ser excesivo. La sobreprotección se da como una manera de intentar controlar lo que en realidad es poco controlable, porque ¿podemos evitar realmente que nuestros hijos sufran? Y en todo caso ¿debemos hacerlo? Para ambas preguntas la respuesta es NO.
La manera en que un niño va conociendo el mundo y a sí mismo, no es racional ni analítica. Su cerebro aún es incapaz de aprender desde lo cognitivo, ya que el córtex cerebral, este cerebro humano que es capaz de analizar, planificar y comprender tantas cosas sigue un proceso madurativo largo. Nuestros hijos aprenden desde lo que viven, de una manera mucho más inconsciente, y a través de asociaciones entre conductas y consecuencias o entre estímulos y las emociones que van a seguir a estos. Emociones que van a estar muy condicionadas por las que generen en sus padres estos mismos estímulos.
Cuando una mamá o un papá intenta controlar cada movimiento de su hijo, porque ve un peligro en cada paso que da, lo que se va grabando en ese cerebro infantil es un mensaje de incapacidad en el niño, y de inseguridad: “dar un paso sólo es peligroso”. A veces lo que intentamos evitar es que nuestro hijo tenga emociones desagradables, y entonces ahí están los papás para facilitarle todo, para que no se frustre, o porque nosotros lo hacemos mejor y más rápido. Y de nuevo las asociaciones que se van grabando en el cerebro del niño van a ser del tipo “yo sólo no puedo”, a parte de la comodidad que supone para el niño no tener que esforzarse para conseguir las cosas, o no tener unos límites claros, lo que hará que aprenda que lo que pasa a su alrededor depende poco de él.
Creo que es fácil darse cuenta de que el dolor que intentamos evitar a nuestros hijos con estas conductas sobreprotectoras va a provocar un dolor mucho mayor a medio y largo plazo. Pensad en lo que va a sufrir una persona dependiente, insegura, con baja tolerancia a la frustración, con dificultades a la hora de tomar decisiones, etc . Pues estos son algunos de los efectos de la sobreprotección. Efectos o síntomas que vemos habitualmente en nuestras consultas, porque aunque de adultos sí tenemos una capacidad de análisis mucho mayor, nuestro cerebro cognitivo no siempre puede cambiar estos aprendizajes grabados “ a fuego” y de una forma tan inconsciente.
Lógicamente, lo primero como en casi todo, es darse cuenta. Analizar si estoy permitiendo a mi hijo desarrollarse con la independencia que vaya teniendo en cada momento. Estando, por supuesto, pero para ayudar, valorar, reforzar cada logro que vaya consiguiendo, para permitirle equivocarse, caerse, limitarle cuando sea preciso, permitirle expresar emociones displacenteras (que no negativas), servirle de modelo y guía en sus aprendizajes, y darle la seguridad de que para lo que él aún no pueda ahí estaremos los papás, ayudando, escoltando y admirándole siempre.
Si nos damos cuenta de que estamos sobreprotegiendo a nuestro hijo en algún aspecto de su desarrollo y no somos capaces de cambiarlo, habrá que analizar que asociaciones o aprendizajes hemos hecho nosotros. Porque nuestro cerebro ha aprendido de la misma manera que ahora lo hace el de nuestro hijos, y puede haber grabaciones en él que están impidiendo que funcionemos mejor y no nos damos cuenta, o aunque nos demos cuenta no podemos cambiarlo. Como dice nuestro maestro Roberto Aguado,” lo importante no es saber lo que hay que hacer, sino ser capaz de hacerlo”. Hay veces que querer no es poder, o sí, pero necesitamos que alguien nos ayude a “desaprender” desde el cerebro que realmente nos mueve, desde el cerebro emocional.
Mónica González. Especialista en psicología infantil Avatar Psicólogos
Podéis ver la entrevista que le hicieron a nuestra psicóloga en TV Estepona sobre este tema pinchando en la siguiente foto: